Está claro que el avance tecnológico es imparable y que de paso, se llevará muchos puestos de trabajo. Yo no soy especialmente pesimista. Entiendo que los puestos que se destruyen en un sector, se crearán en otro, y que estos serán más cualificados y de mayor valor añadido.
Sobre todo esto se han escrito ríos de tinta física y digital, y no es mi intención hacer una profunda reflexión sobre la evolución del mercado laboral y la arrolladora transformación que entraña el avance tecnológico.
Hoy quiero hablar de una experiencia más concreta, de algo que sin ir más lejos me ha ocurrido a mi mismo, y que me ha hecho reflexionar un poco sobre este asunto.
No nos engañemos, hay muchos puestos de trabajo que van a desaparecer: son repetitivos, peligrosos o aportan poco valor, y que además, pueden ser sustituidos fácilmente por máquinas ahorrando costes a las empresas. No hay más que recordar el estrago que hizo la irrupción de los cajeros automáticos en la banca en EEUU: se perdieron miles de puestos de trabajos de cajeros en muy poco tiempo.
GASOLINERAS SIN DEPENDIENTE
Hasta ahora, aunque soy muy friki y me apasiona todo lo tecnológico, era reacio a poner gasolina es este tipo de estaciones de servicio. No sé si porque me solidarizaba con los empleados de las gasolineras o porque no me gusta el olor de gasolina que se te queda en las manos. El caso es que ponía siempre en dos gasolineras diferentes. Una atendida como antiguamente (un dependiente te pone la gasolina) y otra atendida desde la caja (hay un dependiente pero no sale a poner la gasolina).
En esta última, ponía gasolina porque no tenía más remedio, porque me coge cerca del trabajo, tiene buen precio y ya tienen mis datos fiscales para emitir la factura. En la primera, porque tiene buen precio, mis datos para la factura, pero, sobre todo, porque los empleados son encantadores. Me conocen y ellos mismos hacen todo el trabajo de forma amable y correcta. Me consta que esta gasolinera funciona muy bien y tiene bastantes empleados. Sobreviven, pues, prestando un servicio como antaño.
Por desgracia, a esta gasolinera de empleados simpáticos y a los que ya conocía, no puedo ir porque ahora me coge muy lejos. Últimamente solo podía repostar en la gasolinera 2, la del dependiente encastillado tras la caja.
Bueno, muy bien, pero ¿por qué me he convertido en un incondicional de las gasolineras automatizadas y no atendidas?
En dos ocasiones seguidas, repostando en la gasolinera 2, he tenido el mismo percance. Pongo la manguera, el depósito está más o menos medio, noto que la máquina traquetea y que no sale el combustible, y, finalmente, sale un chorro imparable que me empapa en combustible los pies y los bajos de los pantalones. Esto me pasa dos veces seguidas, aviso al gasolinero y pasa olímpicamente de salir de su puesto. Y ni disculpas ni nada, la culpa ha sido mía.
Esto mismo me ocurre una segunda vez, lo que ya me mosquea, y le comento que la máquina puede estar averiada. A lo que él me responde con un lacónico «la observaré». De nuevo ninguna disculpa.
Si a esto le sumas que normalmente hay colas para pagar, cola de nuevo para que te hagan la factura y que uno mismo lo tiene que hacer todo, llego a la penosa conclusión de que es mejor interactuar con un robot que con este tipo de dependientes.
En mi nueva gasolinera robótica, como yo las llamo, todo es limpieza, sencillez y eficiencia. Y además, a cinco céntimos menos el litro. Una vez que aprendes cómo funciona, todo es más rápido y más fácil que en las gasolineras tipo 2.
Además, se vence mi reticencia inicial: yo pensaba que no me expedirían factura, pero no, una vez que grabas tus datos ya los tienes para la próxima vez que vaya y puedes sacar tú mismo de la máquina una factura legal válida.
Si tengo que pagar cinco céntimos más por litro, prefiero que sea una gasolinera bien atendida, en la que te ayuden si tienes un problema. Si está atendida por un empleado que parece un robot, prefiero la fría empatía de un autómata.